miércoles, 18 de diciembre de 2013

Como los cristianos glorifican a Dios
Escrituras:  Col. 3:17; Mt. 6:1-18; 1 Co. 11:23-32; 1 Ts. 5:16-18; Ef. 5:19; 2 Co. 9:7; Lc. 6:38.



Propósito: Mostrar como el cristiano glorifica a Dios continuamente por el modo en que piensa, por lo que dice, hace, espera o ruega.  La personalidad entera del cristiano honra y glorifica a Dios.

Hechos Bíblicos:

En lecciones pasadas hemos estudiado que el cuerpo de Cristo es la iglesia y que Cristo es la iglesia y que Cristo vive en el mundo a través de su iglesia y dentro de cada uno de los cuerpos de cada persona cristiana así como a través del Espíritu Santo.  Por tanto, viviendo en Cristo tenemos oportunidad de ser libres del pecado, de toda culpa y temores, porque estamos seguros que pertenecemos a la familia de Dios.  ¿Cómo pueden ser estas bendiciones de gran valor para nosotros?  Su valor se muestra por la forma en que adoramos y glorificamos a Dios.  Adorar y glorificar significa mostrar mi amor a Dios, ya sea en lo que hago, lo que digo, lo que pienso, las esperanzas que tengo, así como las suplicas que hago.

Dios nos ha legado las reglas para venerarlo (1 Co. 4:6).  Nuestra adoración a Dios es algo que se lleva a cabo dentro de nosotros mismos.  Esta parte interior mora dentro del cuerpo físico que Dios nos ha otorgado para vivir sobre la tierra.  Cristo le ha dado a esta parte interior un gran valor al salvar nuestra alma del pecado con su muerte (Jn. 4:23-24).

Cada uno de nosotros sabe la razón por la que adoramos.  Algunos de nosotros adoramos o glorificamos solamente para impresionar a otros.  Pero el verdadero cristiano simplemente se esfuerza en hacer el bien a sus semejantes y en obedecer a Dios, y estos son sus únicas razones (Mt. 6:1-6; 6:16-18).  Cuando el verdadero hombre de Dios recibe alabanzas de los hombres por sus buenas obras, él sabe que estas obras las efectúa por su amor a Dios y su semejante y no por el deseo de ser alabado (Mt. 6:33).  Esto es porque él se ha dado a sí mismo a Dios (2 Co. 8:5).

Amar a nuestro semejante es uno de los grandes actos de glorificar a Dios.  ¿No parece esto extraño?  Que para glorificar a Dios tengamos que amar a otros hombres, a otras gentes (1 Co. 13:1-3; 1 Co. 13:13).  No importa que tantas cosas buenas hagamos en nuestra vida, si no han sido llevadas a cabo con amor no tendrán ningún valor.

Además de esta forma de glorificar, Dios nos ha dado actos específicos para adorar, que no son simplemente ritos, sino para nuestro propio beneficio.  La cena del Señor es un acto en memoria de Cristo.  Se observa cada primer día de la semana (Hch. 20:7).  Esto se hace porque siendo personas olvidadizas, con este acto recordamos el sacrificio de Cristo (1 Co. 11:23-32; 1 Co. 10:16-17).  El pan nos recuerda que Cristo sacrificó su cuerpo a una muerte cruel por nosotros.  El fruto de la viña nos ayuda a recordar que la sangre de Cristo sin mancha alguna, ha borrado nuestros pecados.  También con ello recordamos que Cristo regresará otra vez y que deseamos vivir nuestras vidas en una forma valiosa para que justifique el sacrificio que Cristo hizo por nosotros.

Versículo para memorizar: 

“Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.”
--Colosenses 3:17

Nota:

Algunas veces cuando algún cristiano encuentra que su vida no ha sido adecuada, ¿debe dejar de participar en la cena del Señor?  Cuando descubrimos que somos débiles, ¿no necesitamos el poder fortalecedor del cuerpo y la sangre de Cristo aún más?  Por supuesto que sí.  Necesitamos recordar el sacrificio de Cristo para que así nos esforcemos en hacer lo correcto.

Otra forma de adorar es por medio de la oración.  El hombre no puede vivir por mucho tiempo sin sucumbir a las tentaciones del mundo a menos que converse con Dios seguido.  Para conocer a Dios, debemos saber algo acerca de el por medio de su palabra (2 Ti. 2:15).  La gente de Dios debe estudiar la palabra de Dios para así poder tener fe.  El hombre que conoce a Dios, canta alabanzas a Dios en su corazón (Ef. 5:19; Col. 3:16).

También el hombre que conoce a Dios ofrendará de su tiempo, su energía, su talento, sus bienes (Stg. 1:27; I Jn. 3:16-18; 2 Co. 9:7; Lc. 6:38; I Co. 16:1-2).

Ilustración:

Alfredo había venido de visita al servicio de la iglesia.  Al sentarse ese domingo miró a su alrededor y entre la gente reconoció a un amigo de él, Felipe.  “Felipe”, pensó Alfredo, “es un verdadero amigo; me deja jugar con su pelota nueva.  Y cuando estuve enfermo me trajo algo de sopa.”

Luego Alfredo reconoció a otro amigo, Pepe.  Pepe estaba cantando, y orando con la cabeza inclinada.  “El no es como Felipe” se dijo Alfredo.  “Todo el tiempo anda empujándome durante los juegos en la escuela y también me insulta.”
Cuando el servicio se terminó, Alfredo le habló a Pepe.  “Que sorpresa el encontrarte aquí, Pepe.  No sabía que tu ibas a la iglesia.”  Pepe se sonrojó pues se sentía culpable de su conducta para con Alfredo.  Como sus acciones diarias no eran buenas, Pepe sabía que su veneración a Dios no era sincera y no tenía ningún significado.  Pepe decidió que debía concentrarse en ser un buen ejemplo.


Preguntas:

1.      ¿En qué forma podría Alfredo ayudar a Pepe a vivir una vida mejor como cristiano?



2.      ¿Qué es lo que Pepe debe hacer para justificarse con Alfredo?




3.      Estudie todas las formas en que una persona puede glorificar a Dios.  Esto ayudará a descubrir cuales son las fallas de Pepe a quizá las nuestras.

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